Después de la muerte de Goya, Antonio Brugada realizó un inventario de las Pinturas Negras y propuso una serie de nombres para cada una de ellas, nombres, que en algunos casos, fueron completados o cambiados posteriormente por la crítica especializada. Esta pintura la tituló El gran Cabrón; también se la conoce como Reunión de brujas (Imbert), Escena sabática (Sánchez Cantón) o El Aquelarre (Viñaza). Las interpretaciones son tan variadas como las denominaciones y también las relaciones creadas con las otras pinturas del comedor. ¿La muchacha del manguito significa la iniciación de una joven bruja, o simplemente es una espectadora? ¿La figura monumental de la izquierda es la imagen de Capricornio, que está a su vez bajo la influencia del planeta Saturno cuyo temperamento lo relaciona con la melancolía? Lo único claro es que Goya nos propuso una masa enajenada que presencia un ritual concreto para gente iniciada.
La composición también responde a estos principios: el grupo se congrega en torno a una figura geométrica, el óvalo, donde cada uno de los elementos está en función de ese semicírculo que se recorta sobre un fondo neutro. Solamente destacan tres personajes: el gran sacerdote representado por el macho cabrío en contraluz, la bruja desfigurada y luminosa y, por último, esa joven vestida a la manera de la época que asiste algo apartada al ritual.

Uno de los dos personajes señala con el dedo hacia lo alto de la roca. En la explanada que hay frente al peñón, puede verse a un grupo de soldados frente a otro grupo que se encuentra en una rellano más elevado del terreno. Uno de los jinetes toca una corneta, mientras en el lado derecho se ven dos soldados que apuntan con sus fusiles. Como base histórica, podríamos referirnos el periodo que media entre los años 1822 y 1824, en el que Chateaubriand, ministro de Asuntos Exteriores de Francia, intervino militarmente en España enviando a los Cien Mil Hijos de San Luis a su conquista.

El Génesis dice lo siguiente: Sabiendo Onán que la prole no había de ser suya, cada vez que se acercaba a la mujer de su hermano, derramaba por tierra para no dejar descendencia. Podría entenderse una referencia a Onán. Pero es difícil de explicar la presencia de dos mujeres, una mirando con curiosidad, y la otra, riendo, cuando Onán se masturbaba en soledad.

El fraile que figura en primer lugar es un anciano que se apoya sobre un bastón, símbolo de su largo caminar ya por los caminos de la mendicidad, ya por la vida que se le agota. Cubre sus hombros y su cuerpo con una capa y muestra un rostro con larga barba blanca, de aspecto apacible y sereno. Detrás hay otro anciano de rostro repulsivo. La cabeza parece de simio, tiene la nariz achatada y las orejas grandes y afiladas por la parte superior.

La mayor de las Parcas era Átropos que, provista de tijeras, tenía el encargo de cortar los hilos de la vida de quienes le placía, por lo que se la considera la Parca por antonomasia, hasta el punto de que Parca es sinónimo de Muerte. Por esta razón, Átropos comparte el título de la obra. Goya ha basado la composición de este cuadro en la mitología del Destino inalterable y las Parcas o Moiras, sus implacables ejecutoras. Son las divinidades del Mal y, como tales, Goya las concibió sórdidas y brutalmente feas y repugnantes.

Quizás sea más acertado pensar que Goya denuncia la violencia y la agresividad que caracterizan al ser humano en esta obra. A su edad, podía permitirse el lujo de pensar en la maldad de todos los seres humanos. Para realizar esta denuncia, se sirve de una costumbre cruel, a modo de símbolo, que se practicaba en algunos lugares de España: eran las peleas cuerpo a cuerpo en las que se esgrimían porras, palos y garrotas. Tenían carácter ritual y se practicaba entre los jóvenes, normalmente, de pueblos próximos. La pelea no era superficial, sino que se aporreaban hasta que moría uno de los contendientes. Por la época, se prohibieron estas luchas fratricidas, pero, no obstante, se seguían practicando.

La lectura de la prensa no tiene hoy las mismas connotaciones que en la época de Goya. Entonces el contenido de la prensa era mucho más emotivo y vivo que el que nos ofrece la prensa actual. Los debates eran normales en la prensa escrita. Goya tenía que dejar un testimonio más, de los muchos que nos legó en sus pinturas: la avidez de las gentes del pueblo por saber, por conocer el nuevo rumbo político, social y económico, que tanto hizo padecer al pintor. Necesitaba saber y ser más culta. En la pintura se observa a un grupo de personas que se amontonan por enterarse de las últimas noticias. Se afanaban por leerlas u oírlas. El lector que nos presenta Goya lleva una larga barba, como signo de respetabilidad, y sostiene con una de sus manos los papeles de la lectura.

Original y curioso cuadro que se encontraba en la quinta del sordo junto con las demás pinturas negras. En este caso la escena no es tenebrosa o sórdida, no hay aquelarres o brujas o monstruos sólo hay un perro, pero resulta sumamente inquietante. Vamos a ver, ¿qué hace el perro? ¿nada contra corriente? ¿pasa una duna de arena? ¿asoma tras una loma? ¿ se está ahogando o hundiendo en arenas movedizas?
También nos preguntamos ¿dónde está? ¿es un arenal o una corriente o una montaña?. Aún queda otra pregunta ¿dónde mira el perro? Aparentemente no hay nada en su campo visual pero el cuadro tiene una mancha. A pesar de todos lo análisis no sabemos si había algo o alguien pintado y Goya decidió borrarlo, dejando únicamente al animal fuera de todo contexto o escenario identificable.
Contempla el cuadro con calma y empápate de su misterio, puede que te sugiera otras cosas no vistas antes, por ejemplo esa tierna mirada del can que no sabemos si es de ternura o de miedo ante su posible cercana muerte. Observa que más de las dos terceras partes del cuadro están vacías, el horizonte es una línea diagonal, algo insólito, y la separación cielo-tierra resulta muy confusa. Como se ve, el cuadro no es nada convencional. La obra es el paradigma de lo desconocido, la duda de nuestra propia existencia y su inseguridad.

Manolos y manolas eran personajes populares de la capital del reino de España que se caracterizaban por su vestimenta y por su forma desenvuelta de hablar y comportase. En doña Leocadia, Goya nos lega un ejemplo plástico de una manola. Y cabe preguntarse ahora, para seguir ayudando a la comprensión de la pintura: y ¿quién era doña Leocadia? El ama de llaves de Goya desde 1813 hasta su muerte y, por lo tanto, fue la gobernadora de la Quinta del Sordo desde entonces. Se trataba de una pariente lejana del artista a quien la vida no la había sido fácil. La señora era brusca de trato, autoritaria y colérica, pero contaba con treinta y dos años hacia 1820, edad idónea para mantener una relación ilícita con el pintor, viudo a la sazón.

Cronos, con el nombre romano de Saturno, era un Titán hijo de Gea y Urano. Después de destronar a su padre el oráculo le dijo que un hijo suyo haría lo mismo que él había hecho con su padre, destronarlo. Estaba casado con su hermana Rea y ambos eran los dioses supremos. Saturno decidió comerse a todos sus hijos según iban naciendo y llegó a comerse a los cinco primeros: Hestia (Vesta), Deméter (Ceres), Hera (Juno), Posidón (Neptuno) y Hades (Plutón). Rea, sin poder contener más su sufrimiento, cuando tuvo a Zeus (Júpiter) engaño a Saturno dándole una piedra envuelta en pañales, piedra que comió Saturno creyendo que era su hijo. El oráculo se cumplió y cuando Zeus se hizo mayor rescató a sus hermanos haciendo que su padre los vomitase y tras una guerra, llamada la titanomaquia, derrotó a los Titanes y derrocó a su padre. El significado de la obra se refiere al Tiempo, que devora implacablemente a sus propias criaturas.

En esta pintura negra de Goya, dedicada a La romería de San Isidro lo festivo, la alegría, los cantos y el jolgorio brillan por su ausencia. Más bien parece un esperpento, que nos oprime como una pesadilla, y no un sentimiento lúdico y festivo. Los romeros son grupos de figuras grotescas, que cubren sus rostros con máscaras para ocultar la realidad triste de la vida que soportan. La romería, los festejos son una falsa apariencia para disimular la verdad. No sería un despropósito pensar que Goya resume la vida en una peregrinación romera en la que todos los humanos ocultamos nuestros pesares, dolores y penas con una falsa sonrisa, mientras caminamos en la búsqueda de un mundo mejor: el que nos promete la fe en nuestros santos patronos.

La escena parece sacada de una película de terror. Los dos personajes son diferentes: el de la izquierda parece una vieja desdentada y fea, cubierta con un velo y con expresión resabiada y cruel que se dispone a tomar sopa con una cuchara. El de la derecha es prácticamente cadavérico y la cara semeja una calavera, con las cuencas oculares vacías y la boca como una oquedad. Lo que tiene delante podían ser papeles, tal vez una lista que está señalando, puesto que puede ser la propia muerte, marcando a los próximos en morir. Las pinceladas son manchas de color, pinceladas aplicadas como brochazos. El fondo es negro, lo que resalta las expresiones de estos dos no muy agraciados sujetos. Hay quienes piensan que es una alegoría de la gula, quizás porque la pintura se supone que estaba colocada sobre el dintel de la puerta que daba al comedor de la Quinta del Sordo.

Convendría aludir a la historia que narra el libro de Judith, para comprender la interpretación que dio Goya a la escena que reproduce en su pintura. Holofernes era un general del ejército de Assur, que estaba decidido a invadir al pueblo de Israel, totalmente desarmado. Los israelitas acudieron a Dios para pedirle un milagro, pero con una condición: de no recibir su ayuda en el plazo de cinco días se rendirían a Holofernes. Judith era una mujer joven, hermosa y viuda. En memoria de su esposo vestía austeramente, oraba por su alma y hacía penitencia.