El nombre de "majas" con que se conoce a estas dos
pinturas es una denominación reciente, aun cuando el término
sea del siglo XVIII; con él se denominaba a las mujeres de esa clase
social baja madrileña que se caracterizaba por una cierta libertad de
costumbres y un típico desparpajo popular en el trato. Pero estas
pinturas figuraban con el nombre de "Gitanas" en el inventario de los
bienes de Manuel Godoy, ministro de Carlos IV, que fue su primer
propietario. La primera mención que se tiene de su
existencia es la cita del diario del grabador y académico Pedro González
de Sepúlveda, de 1800, que la menciona en la colección de Godoy. En 1808,
a raíz del Motín de Aranjuez y la abdicación de Carlos IV, el nuevo rey
Fernando VII ordenó secuestrar los bienes del favorito. Restablecida la
Inquisición por el monarca al recuperarse la libertad, aquella confiscó el
cuadro que seguramente estuvo en poder del Santo Oficio, hasta su
definitiva desaparición. Goya fue convocado por la Cámara Secreta de la
Inquisición de Madrid para reconocer ambas obras, declarar si eran
suyas, indicar el motivo de su creación y por cuenta de quién. Aquello
ocurrió en 1815 pero nunca se ha sabido si Goya llegó a precisar todos
estos extremos o no; sea lo que fuere, las incógnitas no han dejado de
plantearse al respecto. De nuevo fue llevado a la Academia y se colocó en
una sala oscura, cerrada al público hasta fines del XIX. Ingresó en el
Prado en 1901.
Las famosas "majas" de Goya son obras míticas y polémicas, tanto por la
fecha de su realización y la figura que reflejan, como por su primer
propietario conocido, el destino que tuvieron y las críticas que han
suscitado. Se han relacionado tradicionalmente con la duquesa de Alba,
aspecto muy discutido también. En efecto, ni el rostro del personaje ni
la actitud ni las fechas posibles parecen concordar.
En cuanto a las inspiraciones para ambas
son muchas las opiniones emitidas; éstas van desde la Venus del espejo
de Velázquez hasta las figuras femeninas desnudas de Tiziano, tanto las
que se denominan Venus y el Amor o Venus y la Música, como
el desnudo del primer término de La bacanal. Conviene señalar a
modo de explicación complementaria que los dos cuadros, a pesar de sus
singularidades y limitaciones, suponen el punto de partida de una nueva
manera de concebir la imagen femenina: retadora, sin recato, en una
especie de exhibición, con los brazos por detrás de la cabeza y en un modo
de postura, reflejo de un cuerpo relajado pero atento que rebasa el
aparente candor del mundo de Giorgione y del joven Tiziano para adentrarse
en la expresividad más madura y consciente del segundo, que puede pasar de
la gracia y el reposo de su fase inicial a la sensualidad y la inquietud
de la plena madurez visible en la Danae. |