Las construcciones funerarias de principios del siglo III son de concepción utilitaria, a partir de la arquitectura funeraria romana del tipo más sencillo. El no uso de la cremación (que entre los paganos pobres era la regla general); el no querer enterrarse junto a paganos; la pobreza de la mayoría de los cristianos, que exigía un entierro sencillo, lleva a la solución de grandes cementerios comunitarios, a cielo abierto o subterráneos. Los cementerios subterráneos -catacumbas- tienen su origen en el último cuarto del II y primero del III, limitadas a unas pocas localidades cristianas de Sicilia, norte de África, Nápoles y Roma. En el siglo IV se amplían y en ocasiones se hacen nuevas, para quedar en desuso a finales del siglo V y principios del VI. En Roma, las estrechas galerías de las catacumbas forman un entramado compacto, a partir frecuentemente de un grupo de hipogeos más antiguos, o de una cantera. Se superponen dos, tres, o incluso cuatro pisos, que se conectan mediante rampas o escaleras. En las paredes están excavadas las estrechas tumbas en forma de nichos horizontales (loculi) cerradas con tejas o lápidas de mármol en las que se inscriben el nombre y una bendición. De los
corredores salen cámaras cuadradas o poligonales (cubiculos), o
semicirulares (arcosolia). |
|
|
Con el Edicto de Milán (313), Constantino
reorganiza la Cristiandad, favoreciéndola abiertamente y garantizando su
existencia oficial. Iglesia e Imperio quedan estrechamente vinculados. Incluso
se concede a los obispos el rango, privilegios e insignias de los más altos
cargos del gobierno. Esta nueva situación tiene que afectar necesariamente a la
liturgia. La arquitectura no puede seguir como construcción doméstica. Hacia el año 300 hay ya elementos muy claros en la basílica: la planta rectangular; el eje longitudinal; la cubierta de madera (vista o cubierta con un cielo raso); un estrado, en forma cuadrada o de ábside. Así surgen, con muchas variantes locales, los aspectos fundamentales de la basílica cristiana: un espacio rectangular, de tres o cinco naves, doble la central que las laterales y a veces con transepto. El tejado es a dos aguas en la nave central y de vertiente sencilla en las laterales. La iluminación entra directamente por ventanas en la nave central. A los pies de las basílicas más desarrolladas hay un patio porticado (atrio) y un espacio reservado a los catecúmenos (nártex). La cabecera está coronada por el ábside, sitial del obispo y del clero mayor. Delante, en el presbiterio, está el altar, cubierto con un baldaquino o ciborio (casquete semiesférico hueco sostenido por cuatro columnitas) y la cátedra del obispo. Entre el siglo IV y VI aparece ya la forma de cruz latina, con un crucero o nave transversal sobresaliente. Debajo del altar, en la cripta o confessio, se reúnen reliquias de mártires o santos, para favorecer la piedad de los fieles. El modelo de basílica se concreta en la que Constantino levanta en el monte Vaticano, ocupando parte del circo de Nerón, hoy conocida como San Pedro del Vaticano, en el lugar en que, según la tradición, estaba la tumba de San Pedro. Esta construcción perdurará hasta que en los siglos XV y XVI es sustituida por la actual basílica. Las basílicas más importantes del período de Constantino, muy transformadas con el paso del tiempo, se encuentran en Roma: San Pablo (restaurada casi por completo tras un incendio en el XIX, conserva la mayor parte de mosaicos originales), Santa Inés, San Lorenzo. Otras posteriores se han conservado estupendamente: Santa María la Mayor (con un bello artesonado del XVI que sustituyó al anterior). Al lado de la basílica está el baptisterio, generalmente de plan central. La basílica de Santa Sabina levantada tras el saqueo de Roma por Alarico (entre el 408 y 410) es el único ejemplo que permite comprobar la armonía original de estos recintos. A partir del siglo IV (se mantendrá hasta el barroco), salvo inconvenientes topográficos o por construcciones anteriores, se va a hacer práctica común el orientar las iglesias hacia el este. Varias razones pueden haberse dado para ello: el Paraíso, lugar de gracia especial y del pecado original, está al este; para el mundo grecorromano y medieval, Palestina, la Tierra Santa está al este; la venida de Cristo el día del juicio final será por el este: "porque como un relámpago sale del oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del Hombre". La basílica entraña un concepto espacial distinto del romano. Predomina el eje longitudinal y acentúa la sensación de movimiento hacia uno de los extremos. Crea así una tensión hacia el altar mayor, centro de atracción del cristiano. El mismo arco de triunfo que precede al ábside no hace sino enmarcar grandiosamente el santuario. Las columnas guían la vista hacia esta parte. Frente al espacio equilibrado, claramente clásico, el arte cristiano impone el espacio-tensión, el espacio camino, que predominará en toda la Edad Media.
|
|
|