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Entre las características de la pintura manierista se puede señalar el ritmo curso y ondulante (línea serpentinata). Estos ritmos se dan en un sólo plano, negando toda profundidad al cuadro. Las actitudes son a veces incómodas y rebuscadas. Los pies suelen apoyarse sobre las puntas, dando la impresión de que las figuras ejecutan una danza o se deslizan suavemente por el espacio. También se utiliza una perspectiva, llamada curiosa, que deforma los objetos, alargándolos. Los colores se convierten en una fiesta de tonos y semitonos. Ciertos colores, como el amarillo, se ponen de moda. Corregio (Antonio Allegri 1489-1534) es un gran maestro, precursor del Barroco. Elige por modelos a la mujer y el niño, protagonistas de una pintura delicada, llena de gracia. Es maestro consumado del escorzo: no pinta una sola figura estable, todo tiende a moverse. Su colorido es claro, blanco, lechoso. En los cuadros de La Virgen con el Niño lo podemos apreciar. En el Nolli me tangere se describen unas diagonales que tendremos que esperar para volver a verlas. En sus obras mitológicas da unas figuras entre las más hermosas que se hayan pintado (Júpiter e Io). Rosso Fiorentino (¿1494-¿1540) tiene en el
Cristo muerto a un Laoconte cristiano, pero con una analogía
puramente formal porque aquí no existe viso alguno de catástrofe. El significado
espiritual reside en los símbolos, en las antorchas de la vida perdurable y los
instrumentos de la Pasión. Gracias a ellos no confundimos el tema con el del
Adonis muerto. La obra más extravagante manierista que hizo Rosso fue Marte y
Venus. No es una ilustración verosímil del tema. El episodio está ridiculizado:
el anillo de putti alados dispara una gran cantidad de dardos y amenaza con
descargar la munición sobre los amantes, pero Cupido nos muestra un Marte que es
un triunfador muy improbable y que, desde luego, no domina la situación. No
estimula esta obra la creencia en lo narrado ni la evocación de algo real, sino
la fascinación en la obra misma, en sus complejidades, en sus bromas visuales,
sus esfuerzos de técnica y manipulación. Es una demostración acumulada de
destreza artística. Parmigianino (1503-1540) está entre los pintores más famosos del manierismo en Italia. Su
virgen del cuello largo es todo un compendio de las
características manieristas. El movimiento deslizante se observa perfectamente en el
cuerpo del Niño. La gracia, la elegancia y la
delicadeza se aprecia en El
Matrimonio místico de Santa Catalina; presenta la
cabeza de la Santa como una "teste divina" rafaelesca. Tiene una gran
sensibilidad para conformar la composición en curvas que fluyen y refluyen;
curvas tan plenas de vitalidad estética que hacen perder el significado
ilustrativo de las formas (cortinas, brazos, dedos) que los componen. La cabeza
de la esquina inferior izquierda (quizás Zacarías) queda reducida a un elemento
compositivo del dibujo, al mismo nivel que la rueda de Santa Catalina o la
ventana circular de arriba. Si al principio esta colocación estaba motivada para
acercar al espectador al acontecimiento del cuadro, esto se ha perdido y se ha
convertido en un procedimiento estético.
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La pintura manierista en la segunda mitad del XVI Luis de Morales (1520-1586) es la figura más original del manierismo en
España. Hace un arte interior, discreto. Es un pintor aislado, alejado de la
corte, pero que atrae a los contemporáneos. Es un manierista, pero manierista
provincial, de una región lejana (Extremadura), arcaizante y sin tradición
pictórica, y que desde muchos puntos de vista sigue siendo "primitiva". Prefiere
las formas esfumadas leonardescas, colocadas sobre un fondo neutro. De Miguel
Angel sigue las composiciones atormentadas del último período, sobre todo en sus
Piedades. Su arte se inclina al misticismo, pero logrado mediante una ascética
dolorosa. Sus figuras se alargan y languidecen, pero siempre permanecen
erguidas. Hay también en el pintor algo de goticismo; la técnica es minuciosa,
obteniendo un esmaltado perfecto. Su paleta es de colores fríos. Es creador de
Vírgenes piadosas y Cristos dolientes que encuentran favorable acogida en la
religiosidad popular. Crea un rostro delicadísimo de mujer, de forma oval,
barbilla puntiaguda y ojos abultados, de mirada baja. Sus tipos se van a repetir
en infinidad de réplicas y copias. El Greco (1541-1614) (Doménicos
Theotocópulos) se destaca sobremanera sobre el mediocre panorama de la pintura
española del XVI. Su figura es grande, pero más aún a causa de la falta de
talento de los pintores españoles contemporáneos. Nacido en Creta, recibe su
formación en esta isla, en contacto con los iconos
del mundo bizantino, rasgo
que le acompañará hasta el final de su vida. Pero lo importante no es su marcha de Roma cuanto su llegada a España. Debió atraerle la llamada que hizo Felipe II a los pintores italianos para decorar El Escorial. El milagro de la transformación del Greco se realiza en Toledo. No fue pintor de reyes ni cortesanos, sin embargo, su figura fue comprendida y estimada por una minoría intelectual, y su arte fue popular, como lo acredita la enorme cantidad de cuadros de él conservados. El Greco pone los pinceles al servicio de una estética propia. Rompe con el dibujo, pintando a base de manchas y certeras pinceladas, siguiendo a los venecianos. Sacrifica la anatomía y la proporción en beneficio de la expresión, que en él adquiere un valor fundamental. Esto le lleva a alargar enormemente las proporciones, con lo que manifiesta su adhesión a la Edad Media, al bizantinismo y al manierismo. Usa formas miguelangelescas, escorzos colosales, pero sin que le interese el dominio del espacio, ni la exaltación del relieve. Es un pintor esencialmente místico; desdeña la sangre; pero da a sus cuadros una vibración luminosa, como de candela o de hoguera, lo cual es comparable a la suprema aspiración mística de consumirse en llama de amor a Cristo. Su pensamiento coincide con la mística contemporánea. El capítulo español se abre con el retablo mayor de Santo Domingo el Antiguo para el que pinta el gran lienzo de la Trinidad, en el que nos deja ver su admiración por Miguel Ángel y nos ofrece una personalidad distinta. La grandiosidad del cuerpo del Salvador, su belleza clásica y su sentido escultórico, tienen su origen en el artista florentino, pero el tono expresivo es ya absolutamente del Greco. La transformación española se intensifica en El Expolio, de la catedral de Toledo. En 1580 le llega la oportunidad esperada, al serle encargado para la iglesia de El Escorial el Martirio de San Mauricio. Nos ilustra el momento en que la legión tebana, convertida al cristianismo, se niega a dar culto a los dioses paganos, y va a ser diezmada. El Greco se va a esmerar en agradar al Rey, pero a pesar de todo, Felipe II no comprende la obra y le despide. Desde entonces se encierra en Toledo. El
Entierro del Conde de Orgaz (del Señor de
Orgaz, pues nunca fue Conde) data de 1586, por encargo del párroco de Santo
Tomé de Toledo. Se trata de un cuadro votivo, en recuerdo de un hecho
milagroso. En sus últimas obras acentúa sus tendencias: sus figuras se alargan desmesuradamente, las formas se esfuman, en un esfuerzo desgarrador de espiritualidad. Es ahora cuando pinta la maravillosa vista de Toledo, con la Virgen descendiendo a imponer la casulla a San Ildefonso. Aparece como uno de los mejores pintores de ciudades, aunque prefiera verlas de lejos, a la manera medieval. Pinta un cuadro mitológico, El Laoconte y sus hijos, único asunto de este tipo que trata. No se somete a las exigencias arqueológicas. La terrible escena clásica se traslada a las afueras de Toledo. A la derecha se añaden dos desnudos que Cossío interpreta como Apolo y Artemis. La misma acentuación del estilo se ve en obras religiosas como La Adoración de los pastores, La Resurrección, el Bautismo, donde las características del estilo se acusan cada vez más. El ascender del cuerpo ingrávido del Salvador en la Resurrección por simple virtud de su espíritu, sin esfuerzo muscular alguno, es el mejor testimonio de la radical metamorfosis que su misticismo ha hecho sufrir a los gigantes del Juicio Final de la Sixtina. Fascina la modernidad excepcional de estos cuadros, en los que El Greco evoluciona hacia un expresionismo exagerado. Esto produce una pintura liberada de las reglas de la perspectiva y de las proporciones. Parece que El Greco no tiene otras reglas que el juego de movimiento de los colores para emocionarnos e inquietarnos (Visión apocalíptica). Pintores de El Escorial Felipe II, ante la defección de
los grandes pintores de la escuela de Venecia, se vio precisado a llamar a los
manieristas italianos, que llenaron El Escorial de frescos de muchas
pretensiones, pero de escaso valor. Los italianos
eran hábiles decoradores, pero llegaban a España al final de su carrera. Llama la
atención que Felipe II desdeñara a los pintores más espiritualistas que le
rodeaban, como Morales y El Greco.
Los tonos claros, el movimiento ondulante, los efectos de perspectiva teatral
que les eran familiares, no concordaban con la majestad granítica del edificio.
Los españoles se dieron cuenta de ello. |
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