En todas las sociedades las expresiones artísticas son deudoras a la propia sociedad. Esto es muy claro en el arte egipcio, en el que influyen una serie de factores que van desde lo religioso, hasta lo social y lo ambiental. El arte egipcio fue la manifestación de un pueblo profundamente condicionado por el entorno geográfico y climático; este condicionamiento no debe interpretarse, sin embargo, como un determinismo histórico absoluto, ya que hay que tener en cuenta la aportación humana, así como otros aspectos, tanto políticos como económicos o religiosos, que influyeron en la concepción artística egipcia. Sin embargo, para comprender y examinar las obras que nos ha legado el antiguo Egipto, es preciso analizar primero la peculiar geografía del país. En palabras de Herodoto, Egipto es un don del Nilo, ya que, indudablemente, sin el caudal de este río, el desierto habría anulado la posibilidad de un asentamiento humano estable en la zona. La desembocadura del Nilo, que formaba un enorme Delta, provocó la tradicional división del país en dos zonas bien diferenciadas: el Bajo Egipto, al norte, en el fértil Delta, y el Alto Egipto, al sur, comprendía el estrecho valle del río. La población se agrupaba en torno a la orillas y desembocadura del río. La abundancia de piedra y el relativamente cómodo traslado por el Nilo facilitó la construcción y la estatuaria. La flora local aportó su impronta: las salas hipóstilas parecen estar inspiradas en los bosques de palmeras y oasis, y las plantas de la región (loto, papiro) fueron modelos para los capiteles. En el antiguo Egipto se constituyó una teocracia, cuya cabeza era el faraón, hijo del dios Rah. Era un dios viviente, en torno al cual giraba la mayor parte de la producción artística. La esclavitud, para prisioneros de guerra o ciudadanos condenados por delitos, y la servidumbre servían para el trabajo de la construcción, canteras o minas. El trabajo de los esclavos se veía complementado con el de los siervos, que eran la gran mayoría de los campesinos que servían normalmente a los templos de los dioses. El faraón podría movilizarlos para hacer frente a las tareas constructivas de cada momento. Entre las creencias religiosas, una de las más determinantes para el desarrollo artístico, fue sin duda, la de la vida de ultratumba. Para poder iniciar el viaje al "más allá", los dos principios constitutivos del ser humano, el ba -reflejo inmaterial o alma- y el ka -fuerza vital- debían permanecer unidos. Este requisito se cumplía mediante la momificación del cuerpo y la elaboración de una estatua o doble del difunto. Esto responde a una vieja creencia prehistórica de que la representación del objeto motiva la existencia del objeto. La destrucción del cuerpo motiva la aniquilación del Ka, y por tanto, la anulación del alma. Cumplido el rito de la momificación, el difunto podía subir a la barca del Sol-Rah y, al ponerse el sol, descender al mundo inferior, pues creían que la tierra era plana y el sol pasaba por debajo (mundo de ultratumba) para volver a salir. En este mundo inferior, el difunto se presentaba ante el tribunal de Osiris, donde se procedía al pesado de su alma. El artista era normalmente un funcionario al servicio del estado o de los templos. El oficio era aprendido en escuelas que enseñaban los cánones establecidos y normalmente pasaba de padres a hijos. Aunque el artista era anónimo, no firmaba sus obras y muy pocos nombres han llegado hasta nosotros, no lo era para sus contemporáneos y algunos estaban altamente reconocidos como lo prueba la decoración de algunas tumbas de artistas. Pero el artista no tiene independencia en su creación, todo lo que hacía debía estar de acuerdo a unos cánones; estaba, por tanto, falto de originalidad. Como ya observó Platón, el arte es repetitivo, se emplean los mismos colores, los mismos esquemas. No hay que olvidar que la escritura que aparece
en diversos sitios hubiera sido imposible de descifrar si no fuera por el
descubrimiento de la "Piedra Roseta" en
Egipto en 1799 y su posterior desciframiento por parte, sobre todo, de
Champollion. |
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La tipología más representativa de la arquitectura egipcia es la formada por el templo y la tumba. En ocasiones, ambos elementos iban juntos en Egipto.
El templo, cuando no tiene función funeraria, adopta una planta que será normativa desde la XVIII a la XX dinastía. Está precedido por una avenida de esfinges, que se colocan a los lados, enmarcando el paso de las procesiones. Esta avenida termina en un obelisco, monolito apuntado y acabado en pirámide, en el que aparecen grabados textos alusivos a la advocación del santuario. La planta del edificio sigue la forma rectangular. Se entra por uno de los lados cortos, en el que se dispone la puerta, colocada entre dos pilonos o torres con los muros en talud. Ante ellos, se encuentran los obeliscos. El número de salas varía, pero en todos los casos, los grandes templos contaban con un mínimo de tres espacios bien diferenciados:
Como material, en Egipto se emplea el abobe, pronto sustituido por la piedra perfectamente trabajada en sillares; ésta será el elemento principal en los grandes edificios. El sistema constructivo que utilizan es el arquitrabado. El arquitrabe se monta sobre columnas, con basa, fuste y capitel. El fuste de las columnas podía estar decorado con relieves policromos, o ser fasciculados. Los capiteles, inspirados en elementos de la naturaleza, podían ser lotiformes, papiriformes, campaniformes; o bien tener la cabeza de la diosa Hathor (hathóricos). Como toda la arquitectura religiosa, el templo egipcio trataba de incidir sicológicamente en el visitante para atraerlo a la fe o al amor. En las procesiones el ambiente se preparaba en la avenida de las esfinges, que indicaba lo sagrado del recorrido, pero la tensión aumentaba al entrar en el templo, ante la impresionante altura de las columnas. Los efectos arquitectónicos, decorativos y lumínicos jugaban en este sentido. Las salas disminuían de altura hacia el interior, lo que aminoraba la luz exterior e introducía al visitante en un misterioso espacio de paredes policromas, tan sólo iluminado por la luz de las lámparas. Entre los templos de estas épocas, conviene señalar los de Karnak y Luxor.
La forma más antigua con fines funerarios es la
mastaba. Tiene forma de tronco de pirámide invertida, o de un cuadrado con
muros en talud. Supone une evolución de formas más primitivas de tumbas en
forma de túmulo. Realizadas al comienzo en adobe, más tarde fue sustituido por
sillares perfectamente escuadrados.
La tipología de la pirámide no es sino una evolución de la mastaba que prolonga sus aristas hasta confluir en un vértice. Las estancias esenciales son las mismas: cámara mortuoria, serdab y capilla de ofrendas; pero su disposición interna es más compleja. Está compuesta por largos corredores salpicados de trampas que evitaran la profanación del rito de ultratumba. Las pirámides estaban precedidas de templos funerarios, dedicados al culto del difunto. Están construidas con sillares de gran tamaño de piedra, que estaban asentados con tal virtuosismo que no dejaban fisuras en las uniones. A partir de la III Dinastía, los reyes deciden sustituir la mastaba por la pirámide. Este cambio pudo darse con el emperador Zoser, en cuyo tiempo se levantó la pirámide escalonada de Sáqqara. En la misma dinastía, aunque terminada al parecer en la IV, se levanta la falsa pirámide de Meidum. Esta pirámide y la de Dashur, al sur de Sáqqara, ya en el IV dinastía, se atribuye a Snefru. Las pirámides más conocidas son las del entorno de Gizéh, levantadas por los reyes denominados "grandes constructores de pirámides" de la IV dinastía. Son tres edificaciones con sus respectivos templos funerarios. La de Keops, con 146 ms. de altura, es la mayor. A su alrededor se levantan tres cementerios para cortesanos, grandes funcionarios, las reinas e hijos del rey. En sus proximidades se levantaría la ciudad en la que moraban los obreros en un primer momento y los sacerdotes después. La de Kefren mide 143 ms. de altura y está acompañada de la famosa esfinge, que representa al propio faraón junto a su templo funerario. La de Micerinos es la más pequeña, con una altura de 65 ms. La pirámide es, por excelencia, la tumba del soberano, por lo que tiene un simbolismo especial. Así, las cuatro aristas que provienen del vértice simbolizan los rayos del Sol-Rah, protegiendo a su hijo el faraón. Su forma apuntada y su gran elevación, lo que las hacía visibles desde muy lejos, conforman el símbolo del poder político, plasmado en la magnificencia constructiva del rey. La pirámide es la forma típica de enterramiento real durante el Imperio Antiguo (2686-2181 a.C.).
La arquitectura funeraria del Imperio Medio (2040-1786 a.C. ) tiene el mejor ejemplo en el templo funerario de Mentuhotep (XI dinastía) en Deer el-Bahari. Su estructura se asentaba, junto a la montaña, en dos terrazas superpuestas y apeadas en pilares; todo ello, según parece, se remataba con una pirámide de reducidas proporciones. A continuación, hacia la montaña, se encontraba un patio porticado y, excavadas en la roca, una sala hipóstila y las estancias funerarias del faraón. Estamos ante la transición entre las pirámides como forma de enterramiento y los templos speo que se desarrollan en el Imperio Nuevo.
Durante el Imperio Nuevo (1552-1069 a.C.) el tipo funerario más extendido será el speo o hipogeo, construcción, como su nombre indica, excavada dentro de una montaña con una disposición interna que trasponía en cierto modo las estancias de las pirámides. Se trata de una arquitectura totalmente adintelada que utiliza, en ocasiones, el pilar como soporte. Sus estancias daban la impresión de hallarse en un verdadero edificio con sus muros decorados con pinturas y relieves. Destaca el hipogeo de la reina Hatshepsut en Deer el-Bahari precedido de un templo funerario, y contiguo al de Mentuhotep, en el que se supone se inspira. En la dinastía XIX destaca como monumento principal el Hipogeo de Abú Simbel o templo funerario de Ramsés II, el que se accede por un gran muro en talud, a modo de pilono, en cuyo centro se encuentra la puerta, flanqueada por cuatro colosales estatuas. En el interior se abre una sala hipóstila con pilares osiríacos y un gran pasillo que sirve de eje longitudinal en torno al cual se disponen las diferentes estancias. Al final del mismo se encontraba una estatua del faraón, que recibía un rayo de luz en la frente determinados días al año, efecto claramente relacionado con el simbolismo solar. El monumento en cuestión tuvo que ser desmontado y elevado para la construcción de la presa de Assuán. Próximo a éste, Ramsés II erigió otro hipogeo de menor tamaño para su esposa Nefertari.
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Los templos y las tumbas presentan multitud de esculturas, relieves y pinturas. La explicación de esto viene dada por el deseo de supervivencia, que ya hemos visto como influía en las tumbas. La figura garantiza la inmortalidad del difunto. Esta necesidad de supervivencia del cuerpo, apoyo del alma, incide en las exigencias de la escultura y la pintura. Hay que tener presente que muchas de las características de la escultura sirven para la pintura.
La ley de frontalidad lleva a las esculturas de bulto redondo a mantenerse rígidas; así se evita lo narrativo y episódico, que indica transitoriedad. El bulto evita toda clase de salientes; se pegan los brazos y piernas al bloque para evitar roturas, ya que todo desperfecto afecta necesariamente a la vida de ultratumba. Se genera así una estatua-cubo. Cuerpo y asiento se integra en el mismo bloque. Todo se articula en líneas horizontales y verticales. La simetría surge con propósito estético, para articular una composición. El punto de vista privilegiado para contemplar las obras es la visión frontal.
Junto a la escultura de bulto redondo, el relieve alcanzó en Egipto un gran desarrollo. Templos, tumbas y palacios se cubren normalmente de relieves. Estos relieves se usan en inscripciones jeroglíficas y para representaciones de la vida doméstica, faenas industriales, escenas de ultratumba y asimismo para celebrar las victorias de los faraones. La finalidad religiosa prevalece, pero no ha de
olvidarse el interés de los faraones por inmortalizar sus propias acciones. Su
ordenación es la propia de la escritura: por pisos y en filas continuas, a la
manera de los rollos de papiro. No existe separación entre las escenas. Con
frecuencia se acompañan estos relieves de inscripciones para hacer más
comprensible el tema. No utilizan la perspectiva científica renacentista, sino una perspectiva conceptual, o subjetiva: superponen figuras para indicar mayor distancia o multiplican los perfiles de una misma figura. Para realzar la significación del faraón, se le representa mayor y con superior dignidad, de suerte que se le identifica a la primera ojeada. Las figuras son hieráticas. Por esta característica y el misterio, el faraón adquiere la calidad de persona divina. Otras características del relieve y de la pintura van en la línea de supervivencia del difunto. Ciertas partes permanecen en perfil, pero otras se hallan de frente, para obtener un máximo de elementos definidores de la figura. Si la cabeza se coloca de perfil, el que el ojo esté de frente significa que la mirada tiene mucha importancia en el hombre. Pero, el mimo tiempo, el que en un relieve se pongan las extremidades de perfil, el tronco de frente y las manos también de frente, es para evitar peligros de rotura. Otro tanto puede decirse del relieve en rehundido, que protege a la figura y asegura el perfil, que es lo que esencialmente define a la forma humana. La policromía completaba a veces a la plástica. Se aplicaba a las esculturas de caliza, pero sobre todo a las de madera. La coloración es simbólica. Antes de pintar, y para favorecer el asiento de la policromía, las esculturas recibían una capa de estuco. Materias incrustadas en los ojos aumentaban la vivacidad de estos.
Igual que ocurre en la arquitectura, la esculturas y pinturas son de carácter religioso y cortesano. Las piezas más importantes proceden de los templos y de las tumbas. El destino de muchas esculturas es sepultarlas en las tinieblas, de suerte que jamás fueron concebidas para el placer de la vista. Y se labraban diversos ejemplares del mismo personaje, porque distintos ritos funerarios se destinaban a cada parte del cuerpo. Nadie ha disfrutado de mayores atenciones funerarias que los faraones egipcios. Aparecen representado con diferentes tocados. A veces con un sombrero (klaft) dispuesto en líneas paralelas o curvas concéntricas; o con las coronas del Alto (corona elevada sobre las sienes del faraón) y Bajo Egipto (corona truncada y el papiro). Cuando el imperio se reunifica, se unen la dos coronas. Pueden llevar una barbilla, y sobre la frente, la cobra o áspid, símbolo de la protección de que está dotado el soberano y del poder destructor del rey. El panteón de los dioses egipcios era muy amplio. Los egipcios adoraban dioses con cabeza de animal o con figura humana; incluso los imaginaban en forma de planta. Su religión no era homogénea puesto que bajo la forma de numerosos dioses podía ser venerado un mismo principio religioso. Resulta imposible ordenar las divinidades egipcias en categorías precisas. Dos son las razones principales: la complejidad de las ideas religiosas en Egipto y el largo período de tiempo en el que se desarrollaron. Entre los dioses destaca Anubis, que presidía las momificaciones y era el guardián habitual de las necrópolis. Se representaba como un chacal negro o como un hombre con cabeza de chacal o de perro. Guiaba el alma del difunto en el más allá. Protegía el cuerpo de Osiris, esposo de Isis, durante y después de que éste hubiera sido embalsamado. En su peregrinación por ultratumba el alma necesitaba alimentos, vestirse, calzarse, lo mismo que en vida. Por eso los sepulcros están frecuentados por estatuas de servidores del monarca que facilitan a éste cuanto precisa. Esto da entrada a representaciones de gente humilde en la plástica.
En el Imperio Antiguo (2686-2181 a.C.) tenemos obras como la Esfinge, en Gizéh, junto a las pirámides: se aprovecha el suelo rocoso. La erosión la estropeado sus facciones. Las principales esculturas hacen referencia al faraón. Es el caso de Kefrén, del que se conservan numerosas estatuas, por lo general, de tipo sedente. Aparece la estatua doble, de hombre y mujer. La más famosa es la de Mikerinos y su esposa junto con la diosa Athor. El monarca presenta la típica prenda de cabeza plisada (klaft). Su mujer ofrece el largo tocado femenino y una ligera túnica, muy ceñida al cuerpo, de manera que se traslucen las formas. También hay obras fuera de la clase real, aunque no hay que entenderlo como si fuera una escultura popular. Se trataba de altos funcionarios, escribas o administradores, personalidades con rangos muy superiores a la población común. Los príncipes Rahotep y Nofrit están labrados en piedra caliza policromada. El naturalismo se abre paso en estas figuras de personajes no reales. El más famoso es el célebre Cheik-el-Beled, un funcionario, más conocido como El alcalde del pueblo. En los serdabs se han hallado infinidad de esculturas de servidores de ultratumba, entre los que es preciso destacar El escriba sentado. En el Imperio Nuevo (1552-1069 a.C.) se produce la más brillante escultura egipcia. Se esculpen algunas figuras monumentales, como los famosos colosos de Memnón, en Tebas; actualmente están muy deteriorados. Amenofis IV, luego llamado Akhenaton, establecido en Tell-el-Amarna, dedicará la riqueza egipcia de estos momentos y su energía personal a imponer un nuevo sistema religioso basado en el culto a un solo dios, Atón; el disco solar será el centro del culto religioso durante este período. Este hecho singular chocó de tal forma con la religiosidad y las estructuras socio-culturales de Egipto que tras su muerte su nombre fue eliminado sistemáticamente de todas las representaciones oficiales. El cambio que impuso el faraón hereje fue radical, afectó a la iconografía tradicional, a la arquitectura templaria, a la prácticas religiosas y en general a la vida intelectual que se desarrollaba entorno a la religión. El artista se entrega a consideraciones estéticas. Los tipos se caracterizan por cabezas ovales, miembros gráciles y delgados, cuello alargado, vestidos de larguísimos y paralelos pliegues y abundancia de adornos de joyería. Se realizan relieves muy planos, con escenas íntimas y amorosas. Una obra maestra de este arte refinado es el busto policromado de la reina Nefertiti, esposa de Amenofis IV. Bajo Tutankamon y otros faraones, se continúa el arte creado bajo los auspicios de Amenofis IV; pero pronto se inició la reacción hacia el tipo de escultura tradicional egipcia. Del tiempo de Ramsés II son la estatuas de los Speos de Abú Simbel; son de las más colosales que haya producido el arte egipcio. Existen también bajorrelieves exentos, como paletas o estelas. Presentan características similares a los relieves de las paredes. La maza del rey Escorpión, de la época predinástica, presenta por primera vez a un rey coronado. Capítulo curioso en este mundo egipcio es la atención que se presta a los animales, tanto en los relieves como en figuras exentas. Ya hemos visto como algunos están divinizados o son imagen de dioses (zoomorfismo); eran un elemento común en tumbas. El proceso de momificación,
para preservar la vida futura de la persona, ha dejado también numerosas huellas
en el arte egipcio, tanto en escultura como en pintura. Se conoce por
vasos canopos al conjunto de recipientes
que servían para contener y proteger algunas vísceras del cuerpo cuando se
retiraban de éste y se momificaban aparte. En Egipto se han encontrado gran
cantidad de vasos canopos; pero éstos no sólo fueron para los humanos sino
también para contener los órganos de algunos animales momificados, encarnaciones
terrestres de la divinidad. |
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La pintura conoce Egipto un gran desarrollo: muros, escultura policromada, miniaturas, orfebrería, etc. La pintura mural se valió de la técnica mixta, pues
estaban pintados al fresco, para ser retocados posteriormente al temple. El color se aplica al relieve, y la
pintura
tiene, en general los mismos convencionalismos de composición y frontalidad que
los del relieve. Predomina el dibujo sobre el color. Las figuras
se caracterizan mediante líneas -contornos. Los tonos son planos, sin gradaciones ni matices. Los pigmentos
no responden a la naturaleza.
Desde tiempos muy antiguos se acostumbraba a
decorar las tumbas (mastabas, hipogeos) con frescos; aparecen abundantes temas naturalistas
(Ocas de Meydum) junto con temas
religiosos, relatos y oraciones escritos en caracteres
jeroglíficos.
Los temas de la pintura son religiosos, aunque también los hay de la vida ordinaria, naturalistas y festivos, a pesar de su finalidad funeraria. En la tumba de Nebamun, en Tebas, aparecen unas interesantes historias de la vida de este funcionario. Los frescos de las tumbas de Tebas nos ilustran acerca de los ritos y costumbres egipcias, con escenas de gran variedad: campesinos trabajando el campo, el señor cazando o abriéndose paso entre el cañaveral; lamentaciones de las plañideras en los funerales; escenas de harén con representaciones de banquetes y danzas. Capítulo importante de la pintura son los
Libros
de los Muertos. Estos se colocaban dentro del ataúd para que el muerto pudiera
guiarse a través del camino de ultratumba, pues contenía el itinerario y las
instrucciones pertinentes al mismo, para evitar el extravío del alma. Estos
libros, rollos de papiro, están enriquecidos con gran cantidad de pinturas, lo
que coloca a estas piezas en el umbral de la historia de la miniatura.
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