El Racionalismo surge en la época de las entre guerras. Tiene sus prolegómenos en las experiencias que se estaban haciendo fundamentalmente en América del Norte (escuela de Chicago). A finales de la Primera Guerra Mundial, todos los elementos que definen el racionalismo están prefigurados: formas elementales, estructuras vistas, edificios sobre pilotes, ventanas horizontales, azoteas-jardín, etc., habían sido utilizados por los arquitectos del Art Nouveau o Modernismo, o por los que, como Sullivan, de la Escuela de Chicago, buscaban en la simplicidad de las formas el mejor medio de expresión. El mérito de los racionalistas fue entender que con este vocabulario se podía construir una nueva sintaxis. El racionalismo nace en plena identificación con otros movimientos simultáneos de la pintura (cubismo) o escultura (neoplasticismo). Algunas características se repiten. Las estructuras son rigurosamente perpendiculares; las formas horizontales alternan con las verticales. El arco, como toda forma curva, es proscrito. Pilares y vigas forman una jaula de hormigón. Los edificios se hacen bajos de techo y se emplea el blanco para pintar el interior. Combina espacios cuadrados y rectangulares, en acoplamientos que tienen una raíz estética. Los planos se interfieren e incrustan, como si fueran maclas. Se valoran todas las visuales, de suerte que se abandona la dictadura de la fachada. Para penetrar en el interior nada más significativo que el uso masivo de cristal, gran asociado del racionalismo. Una arquitectura más luminosa parecía el aliado firme de la higiene y el confort. Uno de los frutos del racionalismo es el rascacielos. Su infancia transcurre en Chicago, pero va a ser en Nueva York donde alcance la mayoría de edad. Socialmente se justifica por la necesidad de congregar a individuos de una misma entidad y que realizan una acción conjunta. Pero hay otra razón: la insuficiencia de espacio. Pero para seguir su carrera, el rascacielos debió contar con el ascensor. Con ello, el portal prácticamente desaparece. El aire acondicionado y la iluminación hacen el resto. Pero hay que observar que todo está condicionado al suministro de fluido eléctrico. Muchos de estos edificios tienen disposición laminar, combinándose unos con otros de forma realmente artística, pero procurando que su masa y dibujo se adapten a las necesidades del suelo y sobre todo garanticen la iluminación solar directa, pues esta es la razón fundamental de la estructura laminar. Pese al desnudismo decorativo que desde 1930 van a adquirir los rascacielos, no carecen de belleza. Hay que saber buscarles los ángulos y visuales, pues la perspectiva que forman las series infinitas de ventanas constituye uno de los mayores encantos. Walter Gropius (1883-1969), alemán, es el progenitor de esta arquitectura. Tras la experiencia de la Primera Guerra Mundial, funda en 1919 en Weimar (Alemania) la "Bauhaus", o "casa de la construcción", una escuela de arquitectura para formar adeptos al racionalismo; una escuela de carácter democrático basada en los principios de la colaboración. Uno de los principios establecidos por La Bauhaus es que "la forma sigue a la función". No todo era arquitectura; era también una escuela de diseño en la que los estudiantes llegan a realizar todo lo que proyectaban. Se investiga sobre toda actividad plástica relacionada con la industria: muebles, lámparas, tapices, útiles domésticos, edificios, teatros, cines, fotografía, luminotecnia, etc. El trabajo en equipo enseñaba a superar individualismos y la no separación de las artes. Entre 1911 y 1925 construyó en Alfeld an der Leine, Baja Sajonia (Alemania) la Fábrica Fagus. En 1934 Gropius se vio obligado a exiliarse de Alemania al sufrir agresiones de los Nazis a su trabajo y a la escuela Bauhaus. Vivió y trabajó tres años en Inglaterra y después se trasladó a los Estados Unidos. En 1937 se construye en Estados Unidos una casa conocida como edificio Lincoln en el estado de Massachusetts. Mies Van der Rohe (1886-1969), nacido en
Aquisgrán, es hijo de un trabajador de la piedra, por lo que se va a interesar
por los materiales como elementos expresivos. Esta característica definirá
particularmente su obra. La piedra, los mármoles, el acero, el vidrio, son
utilizados por Mies en su más absoluta desnudez y pureza adquiriendo con ello
una transcendencia poco común. Los espacios que utiliza no son nunca cerrados,
se abren y se distienden hacia el exterior buscando la integración con el
entorno. Los planos de los edificios son limpios, con paredes abiertas que
sobresalen del edificio y se pierden o integran en el jardín. Los interiores se
sujetan a la llamada "libertad de planta", que permite variar
caprichosamente el espacio, acercando o alejando los planos. Ha muerto la pared
maestra. Nada extraña que Mies permitiera que cada inquilino trazara las
habitaciones a su capricho (pabellón alemán en la exposición de Barcelona en
1929). La personalidad más acusada del racionalismo es el suizo Le Corbusier (1887-1965). Su verdadero nombre es Carlos Eduardo Jeanneret. El centro de su preocupación es el hombre tomado como colectividad. Al igual que los grandes tratadistas de la antigüedad o del Renacimiento, siente la necesidad de establecer proporciones canónicas a partir de las proporciones humanas, que fijen las dimensiones estandarizadas de todos los objetos, pasando, naturalmente, por la vivienda. Para ello elaboró el Modulor, que fija en 2,26 metros, equivalente a la altura de un hombre de 1,75 metros de estatura con el brazo alzado. El Modulor tendría también su aplicación práctica en el campo del diseño, extendiéndose al mobiliario y a los objetos comunes. Su arquitectura es la fiel traducción de sus teorías. Ha sido el verdadero divulgador de la planta libre. Su verdadera realización es la Unidad de Habitación, que viene a ser una especie de rascacielos, pero desarrollado en horizontal. Donde mejor lo ha realizado ha sido en la Unidad de habitación de Marsella. Los principios básicos que resumen su obra son: 1) los pilotes, con lo que la casa queda libre y aislada del suelo; el jardín y la calle pueden seguir un ritmo independiente; se eliminan las humedades y los locales oscuros; 2) los techos-jardín: Las azoteas dejan de ser lugar de encuentro de gatos, y se aprovechan para solarium, jardines, piscinas, etc.; 3) la ventana longitudinal, que ilumina más y no quita espacio; 4) la planta libre: la ausencia de muros de carga permite que cada piso pueda ser distribuido con independencia del superior y del inferior; 5) la fachada libre: la obra que mejor representa estos enunciados es la Villa Saboya, en Poissy (Francia). La simplicidad de las formas, los volúmenes elementales y su exacta proporción así como su correcto funcionalismo hacen que sea considerada como el mejor ejemplo del racionalismo, e incluso del cubismo arquitectónico. Pero Le Corbusier, como todos los grandes arquitectos del momento, es urbanista, y es en esta actividad donde más asombrosa resulta su visión racional, económica y humana de la gran ciudad. Concibió en 1922 una plan para la ciudad contemporánea de tres millones de habitantes. En 1958 haría realidad este proyecto al ponerlo en práctica en Chandigarh, la nueva capital hindú del Punjab. A partir de los años 50, pasado el interés por un cubismo puro en arquitectura, Le Corbusier modula los volúmenes con mayor vehemencia, comienza a explotar la curva, las superficies se alabean o se quiebran con un mayor sentido poético. Presenta además el cemento armado en su estado natural, tal como salía del encofrado, con su superficie rugosa, sin pulimentación posterior. Magnífico ejemplo de este momento es la Iglesia de Ronchamp (Francia). El interior, profundamente religioso, matiza las luces hasta crear un ambiente intimista. |
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Cuando la arquitectura racionalista está en su cenit, se va a producir, hacia los años 30, un parón. La absoluta geometría, la pureza de formas abstractas, la lógica constructiva no había calado en el fondo de la sensibilidad contemporánea. En realidad, la arquitectura organicista se apoya en la funcional, ya que los medios empleados son los mismos; lo único que cambia es el fin de ellos. Conocer al hombre es el punto de partida, pero al hombre individual. La sicología experimental va a dar bastantes pistas. Muchas veces no sabemos por qué nos gusta o nos disgusta un edificio. El programa arquitectónico debe ajustarse al conocimiento de estas razones íntimas del pensamiento humano. Y es que el proyecto arquitectónico va a cambiar. Hoy no puede ser buen arquitecto el que desconozca la acústica, la armonía de los colores, las relaciones entre el edificio y el paisaje y el clima, por no decir nada del sentido urbanístico de todo edificio. A la vista de esto se comprende el enorme ensanchamiento que ha experimentado la arquitectura con el organicismo. Hay que añadir además el progreso material: radio, tocadiscos, televisión, calefacción central, teléfono, etc., que sirve para el asentamiento cómodo del individuo y la familia en la vivienda. La desconfianza de las grandes finanzas hacia nuevas aventuras constructivas, la situación de crisis provocada por los regímenes totalitarios europeos, la segunda guerra mundial, hacen que la actividad constructora se detenga en Europa, continuándose en América. El más impresionante arquitecto americano de este siglo y padre de la arquitectura orgánica es Frank Lloyd Wright (1860-1959). Se forma en la escuela de Chicago y es discípulo de Sullivan. Pronto abandona el funcionalismo para acaudillar la tendencia organicista. El amor a la vida es el núcleo de todo pensamiento arquitectónico. Elimina todo abstraccionismo, todo lo que no está inspirado en la naturaleza. Por eso repudia las formas rígidas del racionalismo. El edificio no puede concebirse como un desafío a la naturaleza, sino como su aliado. No debe hacer tabla rasa del solar, sino utilizarlo en su estado primitivo. Hay que conjugar los muros con los pedruscos y árboles. La casa debe concebirse no dentro de un esquema geométrico rígido, sino que habrá que solucionar primero el interior, sin esclavizarnos por el exterior. El edificio se forma así en virtud de un proceso orgánico de crecimiento, de dentro hacia afuera. En el interior usa el muro rústico de mampostería, grandes vigas de madera informes. Destierra las grandes cristaleras. En el interior debe entrar únicamente la luz necesaria. La casa no puede convertirse en una jaula de vidrio, donde se pierda la intimidad. Siente profunda admiración por la arquitectura japonesa con la que tiene claras coincidencias en la elaboración de espacios internos que se continúan y confunden con los externos. Así hace una serie de chalets, viviendas unifamiliares (Casa Robie, Illinois). En resumen, el edificio ha de concebirse en armonía en con el paisaje, y además, el cliente debe sentirse realizado en sus paredes. En contacto con las corrientes racionalistas europeas, su obra se torna más audaz en el empleo de volúmenes netos. Un ejemplo magnífico es la llamada "Casa de la Cascada" o casa Kaufmann. Está diseñada con tres plantas escalonadas, de las que la inferior ocupa una gran sala de estar asentada sobre una roca que emerge del suelo para convertirse en base de la chimenea. Una gran terraza de hormigón vuela sobre la cascada, integrándola de un modo espacial en la propia vivienda. El piso superior lanza otra terraza cuyo eje forma 90 grados con la de abajo, sobresaliendo de ella una parte. Todo vestigio de planta cruciforme ha desaparecido; no hay forma geométrica en la planta, resultando inútil tratar de encontrar en ella cualquier estructura reguladora. En el edificio de la Compañía Johnson, de Racine (EE.UU.), idea un vasto salón para empleados bellamente compuesto. Dispone una serie de columnas de aspecto de hongo y en el techo unos tragaluces, de los que baja una luz plateada, muy bella. La finalidad perseguida por el autor en esta obra es lograr una mayor estimación en el empleado por la empresa en la que desenvuelve su trabajo, con la consiguiente mejora en el rendimiento. De excepcional importancia para la historia es el Museo Guggenheim (Nueva York). Trata de hacer un museo en el que las obras estén bien iluminadas y al propio tiempo se permita una libre circulación de los visitantes. Lo concibe en forma de tronco de cono invertido. Consiste en una suave rampa interior, iluminada por el centro, que permite la contemplación de las obras en una continuidad permanente, donde el espacio y el tiempo parecen constituir una unidad indisoluble. El finlandés Alvar Aalto (1898-1976) es el gran representante en Europa del movimiento organicista, pero con gran independencia respecto de Wright, pues no se deja seducir por las formas orientales de éste, sino que crea su propio organicismo basado en la arquitectura popular rural finlandesa.
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Al término de la Segunda Guerra Mundial el panorama en Europa es catastrófico: cientos de ciudades destruidas y cientos de magníficas obras arquitectónicas desaparecidas. La tarea más urgente, sin embargo, es albergar a los millares de ciudadanos sin hogar, y aunque esto no siempre pudo hacerse conforme a planes magistrales, lo cierto es que la actividad urbanística es lo más destacado del quehacer arquitectónico de las décadas 40 y 50. Es lógico si se tienen en cuenta dos factores: primero, la necesidad de reconstruir ciudades enteras, y segundo, el haber pasado el tiempo necesario para haber madurado las propuestas de los grandes arquitectos racionalistas. Particularmente interesante es el caso de Italia. El arquitecto más trascendental de Italia y de Europa en este momento es Pietro Luigi Nervi (1891-1979). De una gran calidad técnica, sabe explotar todos los recursos de la nueva tecnología. Junto con Gio Ponti realiza el edificio Pirelli (Milán), donde vemos una exquisita depuración formal y la elegancia de la estética italiana. Lo mismo se puede observar en la palacio de deportes de Roma. En América del Norte se mantiene el organicismo de Wright y las aportaciones europeas de Gropius y Van der Rohe. La audacia, cada vez mayor, eleva rascacielos casi infinitos, verdaderas cajas de luz y metal, tal como anticipara Mies. Otros países americanos, como México, Venezuela y Brasil, que alcanzan ahora unos buenos niveles económicos, se lanzan a la búsqueda de una arquitectura más definitoria de su nueva situación que resolutiva para los problemas sociales y urbanos que presentan. Así, el brasileño Oscar Niemeyer (1907-2012) como principal arquitecto, y Lucio Costa como urbanista, trazan a partir de 1956 los planes de Brasilia, la capital administrativa de Brasil. La nueva ciudad nace en un espacio virgen, y su plan es una aplicación racional que explicite todos los aspectos de la ciudad contemporánea (inspirándose en el plan de Le Corbusier para una ciudad de tres millones de habitantes), que sea capaz de resolver los conflictos y las contradicciones de la ciudad actual. En 1987 la Unesco declaró a la ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad, siendo la única ciudad construida en el siglo XX que ha recibido este honor; también ha recibido el Príncipe de Asturias de las Artes en 1989.
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La arquitectura brutalista tiene su auge entre 1950 y 1970. Está inspirada en
las obras realizadas por los arquitectos Le Corbusier (en particular el edificio
Unité d’habitacion) y Mies van der Rohe. El nombre viene del término
francés bretón “brut” u hormigón crudo. El crítico de arquitectura
británico Reyner Banham adaptó el término y lo renombró como brutalismo.
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Hacia 1926 se construye en Madrid un rascacielos dedicado a oficinas de la Telefónica. Su autor es Ignacio de Cárdenas Pastor, aunque actúa en compañía del norteamericano Weeks, quien sin duda impone su amplio conocimiento en esta materia de rascacielos o ciudades verticales que tanto furor comenzaban a hacer en los Estados Unidos por aquellos años. Edificio moderno y funcional, es el máximo representante de la arquitectura de hormigón y de la tecnología americana. Pero es curioso ver cómo perviven todavía arcaicos baquetones riberescos. (Edificio en la plaza San Agustín de Valencia, terminado en 1959). En 1927, siguiendo criterios centroeuropeos, se decide la construcción de la Ciudad Universitaria de Madrid, agrupando todos los edificios docentes y residenciales para los estudiantes en un espacio común. En 1936 se concluyen ya algunas facultades. La guerra civil deja reducidos los edificios a escombros y es necesario comenzar de nuevo. Se encomienda la obra a Modesto López Otero (1885-1962), que da el tono general de las construcciones, de inspiración racionalista, con grandes cuerpos de aspecto geométrico. Predominan los alineamientos horizontales subrayados por la textura de la construcción que se hace casi por completo de ladrillo rojo. Da idea de gran sobriedad, pero también de monotonía. Casi al mismo tiempo que se proyecta esta ciudad universitaria madrileña surge en Barcelona el G.A.T.C.P.A.C. (Grupo de Arquitectos y Técnicos Catalanes para la Arquitectura Contemporánea), que alberga a los más vanguardistas constructores del momento, inspirados en las nuevas corrientes racionalistas y funcionales de Le Corbusier y Van der Rohe. Pero esta primitiva asociación se ve pronto disuelta y en 1930 se crea el G.A.T.E.P.A.C. (Grupo de Arquitectos y técnicos Españoles para la Arquitectura Contemporánea). El grupo se constituye en Zaragoza, con tres núcleos principales: Madrid, Barcelona y San Sebastián, y dos delegaciones, en Zaragoza y Bilbao. Este grupo tiene una capital importancia para la arquitectura española del XX: va a prolongar su actividad casi hasta nuestros días, si bien en los últimos tiempos convive con tendencias que le son ajenas. En el área catalana destaca José Luis Sert (1902-1983), discípulo de Le Corbusier. Tiene que marchar a Estados Unidos y allí llega a ser sucesor de Gropius en la Facultad de Arquitectura de Harvard. Es autor del Dispensario Antituberculoso de Barcelona. Entre 1972 y 1975 realiza el edificio de la fundación Miró (Barcelona). Fernando García Mercadal (1896-1984) representa en Zaragoza lo que Sert en Cataluña. Una obra importante es la Residencia Sanitaria (Zaragoza), que adolece ya de algunos factores ajenos al puro racionalismo mediterráneo que predicaba el G.A.T.E.P.A.C. Este ambicioso proyecto se ve cortado de raíz por la guerra de 1936. Al terminar la guerra, el horizonte político y cultural ha cambiado mucho. Los tiempos de la República no eran tiempos pasados, sino tiempos peligrosos y hostiles. Por eso se entra en una nueva etapa en la arquitectura española, que algunos han llamado de la reconstrucción. Efectivamente hubo mucho que reconstruir por los desastres de la guerra, pero asistimos entre los años 40 y 50 a un nuevo movimiento neoclásico, con una arquitectura que se inspira directamente en los modelos alemanes nacionalsocialistas. Todos los regímenes totalitarios reaccionaron contra el funcionalismo racionalista anterior. Se abandonan las formas racionalistas y orgánicas para resucitar una arquitectura mastodóntica y pesada que quiere subrayar el prestigio del Estado. España se deja llevar de estas tendencias y conecta en el sentido de sobria monumentalidad con la obra de Herrera y Villanueva. La recién creada Dirección General de Arquitectura y Regiones Desvastadas acoge con agrado esta corriente y le presta el apoyo oficial. Así llegamos a una década y media de decadente neoclasicismo inspirado en el escurialense de Herrera. Al margen de las grandes obras oficiales (Ministerio del Aire, Basílica del Valle de los Caídos, Universidad Laboral de Gijón, etc.) y de ciertos anacronismos (Edificio España, de Madrid), se hacen algunos intentos de auténtica creación a los que no siempre acompaña el éxito. En estos momentos la figura de Miguel Fisac (1913-2006) se halla en línea con las novedades del racionalismo y del organicismo. La iglesia de Alcobendas es un buen ejemplo. Relacionado con Aalto y Wright, todos los templos de Fisac resuelven adecuadamente el problema de la atracción del altar mayor, sirviéndose de la convergencia, de la pared alabeada, de la luz y el color. Su tendencia organicista está patente en su afición a la forma ondulante. En la década de los sesenta comienzan a decantarse una escuela madrileña y otra catalana. La primera se mueve en un organicismo. Así Fco. Javier Sáenz de Oiza (1918-2000) nos presenta el edificio de las Torres Blancas (Madrid). Es una estructura a base de cilindros con anillos de apertura alternos, que contrastan con los prismas contiguos de agudas aristas que se sitúan en los ángulos del edificio. También trabaja, en colaboración con Oteiza en el santuario de Aránzazu o el en Palacio de Festivales de Santander. Rafael Leoz (1921-1976) centra su actividad en la investigación de base. Ha sido galardonado internacionalmente por su creación del módulo L: unidad arquitectónica que puede combinarse en una infinidad de posibilidades para crear espacios originales. El panorama del último decenio del siglo XX resulta atractivo, no tanto por la existencia de un programa o de unas tendencias generalizadas, sino por la obra, a veces colosal, de algunos arquitectos. Hay figuras que pueden definir el final de este siglo: el canadiense Frank Ghery (1929) trabaja en el Museo Guggenheim de Bilbao; el español Rafael Moneo (1937) hace el Museo Romano de Mérida o la catedral de los Ángeles en USA; y el ingeniero, también español, Santiago Calatrava (1951) trabaja como un ingeniero-escultor (ver varias obras).
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