No hay figura más típica del lenguaje virtuosista manierista que la
figura serpentinata, que evoluciona a partir del contrapposto clásico,
recuperado en el primer renacimiento. Serpentinata significa que la
figura debe asemejarse a una S. La mejor forma que lo representa es la
llama. Y esto aplicado no sólo al conjunto de la figura, sino también a
sus partes. Benvenuto Cellini (1500-1574) es uno de los escultores más conspicuos del renacimiento. Es fundamentalmente un gran orfebre, un extraordinario ornamentista. Tuvo serios problemas en Roma. Encarcelado en el castillo de San Angelo, se escapó y fue a Francia, invitado por Francisco a I, donde realizó el famoso salero en oro y esmalte para el rey. Sus propias esculturas de bronce pueden considerarse como obras de orfebrería (Cósimo I Médicis). En el Perseo nos da una escultura con un sentido pictórico. En esta obra nos deja un ejemplo admirable de su virtuosismo técnico. No hay más que ver cómo chorrea la sangre por la parte seccionada de la cabeza. El pedestal constituye un precioso tratado de orfebrería, con bellas estatuas en los nichos. Perseo, al revés que los héroes de Miguel Ángel, se ocupa más de exhibir la hermosura de su cuerpo que de mostrar la grandeza épica de su acción. Él mismo cuenta las dificultades que tuvo para fundir la cabeza de la Medusa. Juan de Bolonia (1529-1608) sigue la
secuela más auténtica e inspirada de la invención de Miguel Ángel. En el
Rapto de las Sabinas nos da la figura serpentinada multiplicada por tres.
La curva que va desde el pie derecho de la figura principal a
la cabeza de la mujer, pasando por el cuerpo de aquella, se cruza, en un
magnífico equilibrio, con una larga línea a modo de llama que parte del pie
izquierdo del hombre agachado, pasa por su torso y su brazo alzado y termina en
los brazos y la mano izquierda de la mujer. Pero esto es visto desde una
posición.
Este
toque se aprecia mejor en los pequeños bronces de Juan de Bolonia, hechos para
ser contemplados de cerca y sin prisas. Están pensados para darles vuelta en la
mano. Y esto tanto en las figuras masculinas como femeninas. Las figuras de Juan
de Bolonia fueron muy imitadas, a veces con gran belleza, pero nunca con una
complejidad tan perfecta. El Mercurio constituye la máxima expresión de la
libertad artística en su obra. La composición es fluida.
El brazo derecho, que en la vista
frontal se dispara hacia el cielo desde la pierna que sostiene el peso
del cuerpo, forma en la vista lateral una melodiosa curva con el brazo
izquierdo, y se contrapone a otras dos curvas: de la cabeza al pie
derecho y la que une el codo izquierdo con el pie izquierdo.
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¿Hay manierismo en la escultura española? El parámetro para ver
si el manierismo se da en España será ver si hay equilibrio entre forma y
contenido. El desequilibrio vendría dado por la inclinación hacia la forma sobre
el contendido. Este desequilibrio se vería en un alejamiento del naturalismo
para caer, sin sentido peyorativo, en una estética más subjetiva, tanto en el
tratamiento mimético de la realidad como en la distorsión de las formas. Esto
nos llevaría a una sentido antifuncional de la obra de arte, hacia un desinterés
por los fines extraartísticos de la obra de arte: informativo, pedagógico,
devocional, dentro del manierismo.
La falta de funcionalidad y la impropiedad son los máximos obstáculos para el
desarrollo en España del manierismo figurativo. Figuras como san Sebastián o Eva provocaron críticas ásperas por parte de algunos contemporáneos. Incluso alguno de nuestros mejores estudiosos de Berruguete, como Martín González, ha insistido, aunque marginalmente, sobre el esteticismo y el desinterés por el sentido del decoro: "sus interpretaciones rozaban la posibilidad de la objeción por parte de las autoridades eclesiásticas. Porque su San Sebastián no es en absoluto una obra religiosa, sino una pura obra de arte. El tema fue en manos de Berruguete un auténtico pretexto...". Hacia 1533 aparece en León Juan de Juni (h.1507-1577), encontrando en España un ambiente muy propicio para el desarrollo de su arte. Posee unas cualidades diferentes de Berruguete. Su gubia es lenta y meticulosa, pero los resultados son grandiosos por su dimensión trágica y por su brillante y encendida policromía. El arte de Juni es fuertemente apasionado. Utiliza los más atrevidos escorzos. La misma fuerza que sacude las formas impregna el espíritu. Los rostros claman angustiosos; pero con la misma vehemencia se expresan las manos y los vestidos. En la iglesia de Santa María de Benavente trabaja en figuras del retablo mayor. En una capilla lateral de dicha iglesia, la de Los Benavente, trabaja en el bellísimo retablo mayor manierista en el que se narra la vida de la Virgen María en cinco bajorrelieves, presididos por una magnífica talla de la Inmaculada Concepción. La aportación de Juni se extiende también al campo del retablo. Contrata el de la parroquia de Santa María de la Antigua, en Valladolid. El manierismo arquitectónico vibra en su ensamblaje, hasta el punto de que los santos pugnan por no morir de asfixia, aplastados los los intercolumnios. Se afinca en
Valladolid, y aquí contrata el
Entierro de
Cristo. Está ordenado clásicamente
y con rigurosa simetría. Forma un conjunto sobrecogedor, donde abundan las
expresiones patéticas y los gestos de terror. Sin embargo, un calmado
clasicismo se aprecia en el grupo de San Juan y la Virgen. La policromía
constituye un verdadero muestrario de técnicas, luciendo brillantemente y
realzando el valor de la plástica. El estilo de Juni va perdiendo las agudas
asperezas de la primera época, para ofrecernos formas más dulces y
composiciones suavemente onduladas, aunque sin perder el dramatismo. Este cambio
se nota en la Piedad de la Catedral de Segovia. Juan de Juni pertenecía a la cofradía de la Quinta Angustia, y en torno a 1567 labra la conmovedora Dolorosa, que se convertirá en prototipo de las vírgenes procesionales castellanas del barroco. Desde mediados de siglo se puede hablar en España de un seudomanierismo como
generalización paulatina. Con todo, la finalidad religiosa de las obras impide
el desarrollo formal del manierismo. No hay que olvidar que el arte español del
XVI es, en gran medida, arte de parroquias y monasterios de pequeños centros
urbanos provinciales e incluso rurales, cuyos clientes estaban ajenos a una
problemática de las formas pero estaban interesados en la vitalidad y vigor
religiosos y devocionales de sus imágenes. |
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