El campo de la pintura se ampl ía considerablemente en relación con la pintura románica.La progresiva sustitución del muro por grandes ventanales con vidrieras de colores que permiten el paso hacia el espacio interior de una luz policroma y matizada, llevó en las grandes catedrales góticas a la práctica desaparición de la pintura mural que se había desarrollado ampliamente en los muros de las iglesias románicas. La miniatura, que en el periodo románico y en el primer gótico era de temas de carácter sacro, aumenta su repertorio en el siglo XIV, al introducir temas profanos. Los manuscritos ilustrados tuvieron una amplia difusión internacional, a través de las cortes de la nobleza europea. Quizá el más famoso manuscrito gótico sean Las muy Ricas Horas del Duque de Berry. Los tapices ya se usaban y conocían en la
antigüedad y en
las iglesias y casas de nobles españoles se colgaban tapicerías ya en los siglos
IX y X. Pero en el siglo XIII se hacen ya imprescindibles
en las paredes de iglesias y castillo. Flandes fue el primer país que
desarrolló la confección de tapices de alto lizo (urdimbre vertical) y en los
siglos XIV y XV exportan este tipo de trabajo al resto de Europa. Coincide su
mayor auge con el periodo gótico, y tal era su importancia que a finales del
siglo XIV no había castillo ni iglesia que pudiera considerarse debidamente
decorada si carecía de tapices. La técnica más empleada en la pintura sobre tabla
es la pintura al temple, que usaba como aglutinante el huevo o la cola
obtenida de los huesos de animales. Es novedad de la última fase del
gótico el cambiar ese aglutinante por aceite, dando así lugar a la
pintura al óleo. El óleo sobre lienzo no se hizo popular hasta los
siglos XV, bien avanzado, y XVI y fue el punto de partida del arte
renacentista. |
|
|
Esta pintura tiene un carácter prerrenacentista dentro del marcado goticismo. Ciertos elementos provienen de Bizancio (el amor a lo pintoresco y al paisaje), pero el nuevo arte trata de conseguir algo muy distinto a lo que propugna Bizancio. El fresco va a ser el elemento técnico por excelencia; también se pinta al temple y se hacen miniaturas, dejando de lado el mosaico. Hay un grupo de maestros de transición, muy
ligados a la tradición bizantina hasta mediados del XIII. El cambio se da con
pintores como Pietro Cavallini (activo entre 1273-1308), que pinta el fresco del
Juicio final de santa
Cecilia in Transtevere. Nos permite apreciar las novedades: Cristo posee la
belleza y severidad de un Zeus griego, irradiando bondad. Italia, para
remozarse, vuelve los ojos hacia el mundo clásico.
A comienzos del Trecento el arte entra un una nueva fase más activa. Empiezan a constituirse en Toscana -patria del renacimiento- las dos escuelas principales de la pintura italiana, radicadas en las ciudades de Florencia y Siena. El siglo XV es ya Renacentista.
Giotto (1266-1337), discípulo de Cimabúe, es el artista que reacciona de manera decidida contra los convencionalismos y el amaneramiento de la "manera greca"; su actividad corresponde ya a la primera mitad del siglo XIV. Maneja las figuras en función de la masa. Todas las formas componen macizos bloques, en orden a obtener un sumo efecto plástico. Se hace común, desde ahora, el colocar figuras de espaldas, con objeto de que se despierte la noción del volumen. Intuye el sentido de profundidad, aun cuando el fondo sea como un telón, un cielo azul plano. Tiene un sentido discreto del paisaje, al que concibe integrado por unas montañas y algunos árboles. Coloca figuras dentro de pequeñas arquitecturas, inverosímiles, llegando incluso a efectos propios del teatro en su afán narrativo, como es cortar un edificio para que se vea lo que hay dentro. Es el creador del cuadro moderno. Los rostros permanecen indiferenciados, por lo que no puede decirse que inicie el retrato. Las miradas son penetrantes, y para ello hace los ojos muy rasgados. Emplea colores muy simples, encajados en un dibujo segurísimo. Se le atribuyen las pinturas, en la basílica superior de Asís, de la Leyenda de San Francisco. Parece que no hay duda de que Giotto fue su autor, aunque se sirviera de muchos discípulos. Representan estos frescos la fase juvenil del pintor. El franciscanismo ejerció una influencia enorme en las artes de su tiempo, particularmente en Italia. La Madonna de los Uffizi es una obra sencilla y poderosa. La Virgen está incluida en el delicado, frágil y rico tabernáculo gótico, una obra de orfebrería para aislar el bloque apretado de Madre e Hijo. La obra maestra de Giotto es la serie que hace para la capilla de La Arena, en Padua, por encargo de Enrico Scrovegni. Nos narra la historia de Santa Ana y San Joaquín, la Virgen y Jesús hasta Pentecostés. Aquí podemos ver perfectamente las características de la plenitud pictórica del Giotto. El mérito fundamental es haber constituido un credo pictórico nuevo, en color, en línea, luz, composición, paisaje y perspectiva que tuvo gran difusión por toda Italia. La perspectiva no es, evidentemente, la científica. Se trata de un recurso compositivo utilizado en beneficio de la claridad expositiva. A partir de Giotto, la pintura mural se convierte en una conquista italiana, en la misma medida que la vidriera será un logro francés y el retablo, una producción española.
La otra gran escuela radica en la misma Toscana, en Siena. Esta escuela se distingue por la gracia y elegancia. Se prefieren las líneas bellas a las masas sólidas. Duccio di Buonisegna (+1319), patriarca de la escuela, es el autor de la Majestad, o retablo de la catedral de Siena. Es una larga tabla de dos caras, ahora separadas. En la parte delantera figura la Madona rodeada de ángeles y santos, sentada en el trono, componiendo un grupo sentido y emotivo con el Niño. Las demás figuras son todas bellísimas, ejecutadas caligráficamente, deslumbrando con los dorados y el rico y fresco colorido. Simone Martini (+1344) muestra menos bizantinismo y
una mayor modernida. Es el mayor preciosista de Siena, el
artista más delicado. Gusta de caras ovaladas, con ojos diminutos que intrigan.
La Anunciación de los Uffizi define bien los caracteres del maestro, de
inspiración miniaturística, gusto por los perfiles ondulantes y riqueza de oro
en el fondo
y colores. El primer retrato ecuestre del Renacimiento lo
encontramos en el de Guidoriccio,
que había salvado le independencia de le república sienesa, repeliendo con sus
fuerzas mercenarias la invasión de la vecina ciudad de Lucca. El cielo es opaco, por lo que se recorta puramente el perfil. Al fondo aparece
una ciudad italiana medieval, plantada en una eminencia, con las típicas torres
de gran altura. |
|
|
De igual forma que en Italia se desarrolla el Renacimiento, en los Países del Norte aparece una renovación artística. Una nueva clase social se hace dueña de los Estados: la burguesía. La banca y la industria han iniciado este proceso de la revolución económica. El aumento de la riqueza trae aparejada una creciente materialización de la vida. Lo positivo se ha impuesto. No es de extrañar que en la pintura flamenca el objeto llegue a alcanzar tan extraordinaria precisión. Este realismo va unido al modo de ser de la clase burguesa afincada en las floreciente ciudades comerciales de Brujas, Gante y Lovaina, enriquecida gracias a su trabajo. El arte religioso es tratado como una forma de vida ordinaria. Lo religioso es directamente accesible; la Virgen y el Niño no serán sino seres de carne y hueso, pero preciosamente pintados. También hay evasiones hacia lo macabro, terrorífico y truculento. Una novedad técnica colabora en el éxito de esta pintura: el óleo. Ya se había utilizado antes, pero sólo para pequeños retoques. Se encuentran aceites que evitan disolver la capa del fondo. Un paso adelante será la superposición de una capa de óleo sobre la pintura al temple. Y definitivamente el procedimiento consistirá en pintar por sucesivas capas de óleo, con arreglo al sistema de veladuras. Al ser el óleo transparente, se puede ir gradualmente obteniendo la pintura mediante la adición de capas. Permite, además, un dibujo más preciso, muy detallista. En realidad es casi una miniatura sobre tabla. Generalmente una grisalla constituye el fondo de una pintura flamenca. Los exteriores de las puertas de los polípticos se dejan en grisalla, provocando un fuerte resalte. Se considera a los hermanos Van Eyck como los descubridores de la técnica al óleo. Los paños son convencionales, amplios, con un realismo anguloso de formas durísimas, pero apropiadas para el estudio de la luz. Los temas pertenecen al mundo de lo religioso. Pero los artistas flamencos nos dan una interpretación casera de la religión: las escenas acontecen en confortables viviendas de la burguesía flamenca, pequeñitas y con espaciosos ventanales. Pero no será lo religioso el aspecto fundamental de esta pintura, sino la escena de género: el artista añade mil detalles que nos distraen y deleitan. Florece al mismo tiempo el retrato. Los burgueses desean obtener imágenes reales a toda prueba de su persona. Ha surgido la emulación. De ahí la objetividad del retrato, su parecido asombroso. Juan Van Eyck (+1444) es quien abre esta escuela flamenca. En medio de su carrera pinta su obra maestra: el Políptico de San Bavón de Gante, terminado en 1432. Constituye un poema religioso de la Redención. Cerrado, nos ofrece en la parte superior la Anunciación, en la parte inferior San Juan Bautista y San Juan Evangelista, junto con los retratos de los donantes. Abiertas las portezuelas aparecen doce tablas, presididas en la parte superior por la Déesis: Cristo en Majestad, con la Virgen y San Juan; a los lados ángeles cantores, músicos, Adán y Eva. La escena de abajo está ocupada por el tema central: las muchedumbres que adoran al Cordero Místico (tema apocalíptico) colocado en un altar, ante el que surge la fuente de la vida. El retablo revolucionó el ambiente en los Países Bajos, decidiendo la suerte de una técnica y un estilo. La tercera dimensión y un ambiente atmosférico se impondrán también en la pintura flamenca. Crea un tipo de retrato religioso, en el que el cliente y los seres divinos entablan una sacra conversación dentro de un espacio irreal. En la Virgen del canciller Rolin observamos a un alto dignatario, jurista y diplomático rezando en el reclinatorio de su capilla doméstica delante de la Virgen que es coronada por un ángel, mientras al fondo se abre un paisaje fértil serpenteando por un río. En la Virgen del canónigo Van der Paele, el eclesiástico es presentado a María por San Jorge y San Donaciano. En ambos, los donantes, arrodillados, constituyen retratos soberbios, maravillando las riquísimas calidades de la piel. Realiza también retratos aislados, de busto, y de cuerpo entero, como el de los Arnolfini. El artista presenta en este cuadro una escena doméstica del más tierno sentimiento en una habitación. Se aprecia la tendencia a aumentar la ilusión ambiental de la pequeña pieza mediante el espejo, recurso que hará inmortal Velázquez en las Meninas y para cuyo cuadro éste es un antecedente. Van der Weiden es el pintor más dramático de los Países Bajos. Introduce, además, una preocupación por los sentimientos que le aleja de la solemnidad hierática de los otros maestros. Estudia detenidamente la distribución de elementos. Esto lo acredita en el Descendimiento del Museo del Prado. Coloca un fondo de oro, recurso gótico inusual en los primitivos flamencos, quienes prefieren el fondo paisajístico, para que el espectador contemple sin detalles que le distraigan las emociones que expresan los rostros de los personajes, especialmente el llanto silencioso de San Juan. La escena se desarrolla en un ambiente cerrado, como si se tratase de un retablo escultórico. Las diagonales de los cuerpos de Cristo y la Virgen contrastan con la verticalidad de las restantes figuras mientras la flexión hacia el centro de los personajes laterales encuadra en una especie de paréntesis el conjunto. El capítulo de la retratística de este pintor presenta una serie espléndida de retratos exentos (independientes del retrato de los donantes de los retablos). En el tránsito del XV al XVI se encuentran dos célebres pintores que señalan nuevas conquistas de la pintura flamenca. El Bosco (Jeroen van Aken, 1453-1516) es una de las personalidades más originales. Sus cuadros tuvieron enorme aceptación en España. Felipe II reunió una importante colección de cuadros que se guardan actualmente en el Museo del Prado y El Escorial. Su temática favorita: la debilidad humana, tan inclinada al engaño y a ceder a las tentaciones. La cultura popular se convierte en una de sus fuentes favoritas de inspiración. Los refranes, los dichos, las costumbres y leyendas, las supersticiones del pueblo (La piedra de la locura) le dieron múltiples temas para tratar en sus cuadros. Da a los objetos de uso cotidiano un sentido diferente y convierte la escena en un momento delirante, lleno de simbolismos. Sus cuadros están impregnados de un sentido de humor burlesco, a veces cruel, con la sociedad mendaz y estúpida de su época. No ve a su alrededor más que lujuria y maldad; el mundo es para él una farsa (Mesa de los pecados capitales). En rigor no censura, no es un verdadero moralista, sino un cronista caricaturesco. Se comporta como un surrealista. Su obra más ambiciosa es el tríptico El jardín de las delicias, que ha suscitado diversas interpretaciones. En el Carro de heno, símbolo de los placeres prohibidos, su crítica alcanza desde los grandes de la tierra a todos los sectores del pueblo. En las tablas laterales, como en el Jardín de las delicias, coloca a la izquierda la creación del hombre, y a la izquierda las escenas apocalípticas del juicio. Joaquín Patinir (1480-1524) es el mayor
paisajista de Flandes en estos tiempos. Aprende de El Bosco la visión sintética
de la naturaleza, los efectos luminosos que resuenan en la lejanía. El paisaje
de Patinir es ordinariamente puro; en él encajan unas pocas figuras humanas. El
artista quiere acercarse a la naturaleza, para lo que precisa alejarse de los
consabidos temas religiosos. El tema
religioso es solo un pretexto para pintar. Es un paisaje integral, de
tierra y cielo, incluso de mar a veces. El espacio va jalonado por bosquecillos,
peñascos puntiagudos y nubes. Es un paisaje idealista, coloreado con tonos
deliciosos. Todos estos elementos son visibles en
La laguna Estigia. |
|
|
El paso de la pintura románica a la gótica es tan insensible que ciertos autores incluyen entre las románicas a ciertas obras que otros clasifican como ya góticas. En general se observa que mientras los perfiles adoptan la cursividad gótica, los pliegues continúan aferrados a los convencionalismos románicos. (primera mitad): GÓTICO LINEAL o FRANCO-GÓTICO Aunque la influencia de la pintura francesa es muy intensa, la pintura se muestra más nacional que la escultura o arquitectura. Como ocurre en toda Europa, el fresco retrocede ante el avance la pintura en caballete y la vidriera. La caracteriza principal de esta pintura es la importancia que da a la línea del dibujo, que delimita las masas de un color de gran intensidad. No hay todavía valoración tonal en los colores. El naturalismo propio del gótico es aquí ingenuo, con escenas sencillas que buscan el fácil entendimiento por parte de quienes observen la pintura. Se busca principalmente un arte amable, relacionado con el pensamiento de esta época. Los elementos del paisaje son mínimos. Las principales representaciones de esta pintura se realizan en diversos tipos de obras; vidriera, la pintura mural, la pintura sobre tabla y la miniatura. Del siglo XIII conservamos algunas vidrieras de la Catedral de León. La pintura mural al fresco castellana tiene su máxima representación en el conjunto de frescos que se encuentran en la capilla de San Martín de la Catedral vieja de Salamanca, firmadas por Antón Sánchez de Segovia. Aunque algunas pinturas están datadas en 1262, hay otras que son del XIV. El fresco del refectorio de la Catedral de Pamplona, está firmado por Juan Oliver, en 1330. Presenta escenas de la Pasión, imitando un retablo exento. Actualmente está en el Museo de Navarra, en Pamplona. El retablo del convento de san Juan de Quejana (Álava), fechado a finales del XIV, que se encuentra en la capilla funeraria del canciller Pedro López de Ayala, pertenece a un gótico lineal de influencia inglesa, no francesa, y con elementos que pertenecen ya al gótico internacional, como cinturas estrechas y hombros anchos o las vestiduras de algunos personajes. Presenta, en dos cuerpos, un desarrollo teológico sobre Cristo y la Virgen. La miniatura cuenta con cantidad de ejemplares, pero nada puede compararse con las que ilustran las Cantigas de Santa María, compuestas por Alfonso X. Los textos loan a la Virgen y narran hechos milagrosos obrados por su intercesión. Donde quizás se vea con más claridad este estilo es en las
ocho
tablas del sepulcro de Sancho Sáiz del
Carrillo, de finales del siglo XIII El tema de las lloronas es frecuente en los sarcófagos. La
diferencia entre esta tabla y los frontales románicos es clara. Se unen aquí el
sentido decorativo de los cuerpos ligeramente curvados con el expresionismo
singular de las plañideras. La expresividad propia del tema se ve intensificada
por la forma en que el artista lo trata, recargando el gestualismo y sometiendo
los cuerpos a una estilización marcadamente lineal. Se trata de pinturas sobre
pergamino que luego fueron fijadas en tablas.
Durante este momento la pintura franco-gótica se ve sustituida en gran parte por otro tipo de pintura de ascendencia italiana, gótica también. Cataluña es la región que mejor se presta a recibir tales novedades, debido a su extensión por el Mediterráneo y sus relaciones con Italia. Pero también hay pintores que van a Italia. El influjo de Siena, con bellas policromías de vocación miniaturística, y el de Florencia, con sus tipos recios actúan sobre Cataluña. Ferrer Bassa puede ser considerado como el introductor de esta escuela, dentro de la primera mitad del XIV. Sus únicas obras documentadas son las pinturas murales de la celda de San Miguel del Monasterio de Pedralbes, pintadas entre 1345 y 1346. Presenta escenas de la Pasión y de la vida de la Virgen. La burguesía barcelonesa siente orgullo, no sólo de su riqueza, sino también de sus instituciones municipales autónomas (Generalitat, Corts). El poder de la ciudad, el de las corporaciones, se reflejan en el ámbito del arte a través de un admirable conjunto de edificios religiosos y civiles -palacios, hospitales, astilleros- y por la intensa solicitud de retablos. Con frecuencia estos conservan el nombre del gremio que los encargó. En la segunda mitad del siglo XIV descuellan los hermanos Jaime y Pedro Serra, que se dedican fundamentalmente a la pintura de retablos. A Jaime Serra pertenece sin duda el retablo del monasterio de Sigena. Utiliza nimbos en los santos con decoración a punzón, manera usual en Cataluña. A los del Antiguo Testamento les pone nimbos poligonales y a los de Nuevo, circulares. También se le asigna la Virgen de Tobed, que podría pasar por una figura típicamente sienesa. A sus pies se encuentran, rezando, Enrique de Trastamara, su mujer e hijos, acreditando las dotes realistas de su autor. Los personajes de Jaime Serra responden generalmente a un mismo tipo, de barba puntiaguda y nariz roma. De Pedro Serra es el retablo de la catedral de Manresa, encargado por el gremio de curtidores. Nos da muy bien caracterizado el retablo gótico. Se ha ponderado mucho la obra de Pedro Serra, como la del mejor pintor del siglo XIV español. En la Virgen de Solsona se evidencia la habilidad de este maestro en la pintura de vírgenes. Con razón dice el marqués de Lozoya que si hubiera nacido en Italia sería considerado entre los mejores maestros del trecento.
El traslado de la corte pontificia a Avignon tiene
consecuencias relevantes para la pintura, pues allí se juntan artistas italianos
y franceses. De esta convivencia nace un arte nuevo, que sabe juntar la
elegancia sinuosa y el preciosismo cromático de la escuela de Siena, la
serenidad de las creaciones toscanas, con el aristocratismo y el espíritu
caballeresco francés. Tal éxito tiene este encuentro, que el estilo rebasa las
fronteras, ganándose una internacionalidad a toda prueba. Este estilo
internacional nace en el último tercio del siglo XIV, y se mantiene activo hasta
que en el siglo XV, primer tercio, es sustituido por la pintura flamenca de Van
Eyck. Se caracteriza este estilo por una ruptura con los moldes, y un estudio
del natural. Lo nórdico se impone por su afición a lo real. Hay masiva
acumulación de figuras, pero no ya en escalones, sino entretejidas con un ritmo
dramático. Los temas de martirio atraen singularmente al pintor, deleitándose en
narrar los crueles suplicios. Las escenas buscan un firme apoyo en la realidad,
sirviéndose para ello de la perspectiva. Menudean las representaciones de
interiores, en que se describen los pormenores de la arquitectura gótica y el
ajuar; pero al mismo tiempo hay una continua relación al paisaje, en cuyo ámbito
son de uso ordinario los fondos de ciudades. Muerto Borrasá, otro gran artista viene a colmar su vacío: Bernardo Martorell (+1452), antes llamado maestro de San Jorge. Tiene un dibujo finísimo, de miniaturista, un gran conocimiento del ambiente atmosférico, de la luz, de la perspectiva, destacando sus obras por la delicadeza de las curvas y del colorido y por el tierno y severo naturalismo. Sus ansias de perspectiva le obligan a prescindir casi enteramente de los fondos de oro puntillado. Obras suyas son la renombrada tabla de San Jorge del Museo de Chicago, de lirismo imponderable, y que le valió el nombre primitivo. En 1437 contrata el retablo de san Pedro de Púbol, donde pinta espléndidamente algunas figuras de pequeño tamaño, como correspondía a quien tenía vocación de miniaturista. El maestro más destacado del estilo internacional en Castilla es Nicolás Francés (+1468), cuyo apellido no sería lo suficientemente indicador de nacionalidad gala de no acompañarse de unas características pictóricas que lo alejan de lo español. Su obra principal es el retablo mayor de la Catedral de León. Contiene pasajes de la vida de San Froilán. De acuerdo con una norma propia de la miniatura contemporánea, sobre todo francesa, introduce en las tablas diminutas figuras, fuera de toda escala proporcional en relación con las colindantes. Este retablo se desmontó en el siglo XVIII para hacer un transparente; algunos trozos están hoy en el museo del Prado. El retablo de la Virgen y san Francisco o también llamado de la Bañeza se encuentra actualmente en el Prado. Un gran artista italiano sobresale en Salamanca: Nicolás Florentino. Para la catedral vieja de Salamanca hace un retablo de cincuenta y tres tablas, que cubren totalmente el sector cilíndrico del ábside románico de la Catedral, en una disposición que nada tiene que ver con la de los retablos españoles. Las pinturas representan episodios de la vida de la Virgen y bustos de profetas. Contrata, después de una estancia en Italia, su patria, el fresco del Juicio Final, en la bóveda del ábside de la misma catedral. En Sevilla hay una gran afición por el tema mariano, y una especial tendencia al conservadurismo de los tipos. Se difunde un tipo de Virgen, de estilo sienés, como se manifiesta en la Virgen de la Antigua, de la catedral de Sevilla. Se la pinta sin acompañamiento de ángeles, de pie, con el Niño. También es muy sienesa la Virgen de los Remedios, de la catedral de Sevilla, sentada, sobre un fondo de ataurique mudéjar.
Aunque tardíamente, en la segunda mitad avanzada del XV, España se deja ganar por la pintura flamenca, constituyéndose una modalidad conocida como pintura hispano-flamenca, que en realidad es netamente hispana en la mayoría de los casos. España tuvo gran afición a la pintura flamenca, importándose obras notables; pero pronto se aprende la técnica y el estilo. Aunque España acepta el óleo, se sigue utilizando el temple, pero con retoques y veladuras al aceite. Se caracteriza esta pintura por la abundancia de oro. Cuando hacen paisaje lo toman de prestado a Flandes, viéndose al fondo ciudades norteñas, de numerosas y puntiagudas torres. Luis Dalmau (activo desde 1428-1461) abre el influjo flamenco en Cataluña. Es el autor del retablo de la Virgen de los Consellers de Barcelona, pintado al regreso de los Países Bajos, adonde viaja enviado por Alfonso V el Magnánimo, y donde conoce el retablo de San Bavón de Gante y la tabla del canónigo Van der Paele, pues hay en su obra detalles de ambas pinturas. La ambientación hispánica se reduce al pavimento de azulejería con escudos de Barcelona y sobre todo al tremendo carácter con que aparecen retratados de rodillas los cinco concellers que encargan la obra. Con menos decisión se incorpora a la tendencia neerlandesa el más célebre de los pintores catalanes del XV, Jaime Huguet (1415-1492). Su obra es una elaboración flamenquizante sobre una base de estilo internacional. Nunca renuncia a los fondos de oro para dar la sensación de riqueza que exigían sus clientes, los artesanos barceloneses agrupados en gremios. Circunda las cabezas santas con nimbos plásticos concéntricos, que quedan ya como un convencionalismo de su escuela. Se distingue por su soberana elegancia, por la distinción aristocrática de los tipos y las medias tintas, por una suavidad en los pliegues en contraste con la dureza flamenca. El retablo de los santos Abdón y Senén, de Santa María de Tarrasa, contiene la obra mejor conservada de Huguet, con las figuras más elegantes del maestro. En 1463 empieza a trabajar en su opus magnum, el retablo de San Agustín, del gremio de curtidores, constituido por tablas de gran tamaño. De ellas tan sólo la de la coronación de San Agustín le pertenece íntegramente. En Castilla la pintura flamenca encuentra un terreno
favorable; surge una verdadera escuela hispano-flamenca de pintores anónimos
generalmente. Se les conoce por el nombre de alguna de sus obras o
el del pueblo en que trabaja. La rápida aceptación de este tipo de pintura en la
meseta castellana se podría explicar, tal vez, en virtud de una estética
afín y de una percepción de vida parecida a la de los pintores flamencos. El
castellano, por temperamento, no es dado a especulaciones metafísicas o
abstracciones ideales de belleza, sino a percibir las cosas en su inmediata y
concreta realidad y a expresarlas tal como las ve y palpa. Fernando Gallego, concentro de su actividad en
Salamanca, es el maestro más importante de
Castilla antes de Berruguete; su obra constituye una personalísima adaptación de
las formas flamencas. Su estilo se
reconstruye a partir de tres obras firmadas que han llegado hasta nosotros -la
Piedad
o quinta angustia del museo del Prado, el tríptico de la
Virgen de la
rosa (Museo Catedralicio de Salamanca) y el Retablo de san Ildefonso
(catedral de Zamora)-, al no haberse conservado ninguna de las obras
documentadas. Obra plenamente atribuida a Gallego es
tríptico
Santa Catalina. El
retablo de Santa María de Trujillo (Cáceres) lo realiza en su mayor
parte con ayuda de
algún colaborador. Se le atribuyen también
otras obras, pero ya no hay
plena seguridad sobre su
autoría. Juan de Flandes (?-c.1519), pintor flamenco muerto en Palencia, que ejerce su profesión en España, muestra su formación flamenca; la ejecución de sus obras lleva a pensar que cultivó la miniatura. Tiene elementos de procedencia italiana. Fue pintor de la reina Isabel hasta la muerte de esta. Para ella ejecutó el llamado Políptico de Isabel la Católica. En 1509 se encuentra afincado en Palencia, donde residiría ya hasta su muerte. En ese mismo año contrató el retablo mayor de la catedral de Palencia, obra monumental en la que se representa la Historia de Cristo en doce tablas. En esta misma ciudad también pintó el retablo de la iglesia de San Lázaro. El tránsito del gótico al renacimiento se produce en Castilla bajo los pinceles de uno de los artistas españoles más geniales: Pedro Berruguete (c.1450-c.1504). Nacido en Paredes de Nava (Palencia), pasa a Italia, donde capta las novedades estéticas de la pintura renacentista, pero sin renunciar a su españolismo. Situado en una época de tránsito, el arte de Berruguete es difícil de clasificar. Su formación italiana contribuye a preparar en Castilla el arribo de las novedades renacentistas; pero al reencontrarse con su país, vuelto de Italia, advierte las profundas raíces gótico-flamencas de Castilla. Se produce una consciente regresión, que no deja de tener su encanto. Eleva la pintura castellana a un alto nivel especialmente en el campo de la perspectiva, en el gusto por la composición y en la presencia de la luz en el cuadro. Se le atribuyen parte de las pinturas hechas en la corte del Duque de Urbino, con figuras como Aristóteles. En 1483 ya está en España de nuevo. Debió residir algún tiempo en Paredes de Nava, donde se conservan algunas pinturas: seis patriarcas del retablo mayor de la iglesia de Santa Eulalia. En la última época de su vida pasa a Avila, donde realiza el retablo del convento de Santo Tomás. Otras obras: Anunciación de la Cartuja de Miraflores, Nacimiento de Cristo. |
|
|